domingo, 27 de noviembre de 2011

Goteras de madrugada

De nuevo escucho el repiqueteo de las gotas cayendo, impúdicas, sobre la losa del baño. No se me dotó de la paciencia necesaria para tolerar este tipo de cosas, pero tampoco se me dotó de la diligencia para solucionarlo a las 3 de la madrugada. Ahogados en este silencio se puede hasta sentir como la gota esquiva el diminuto relieve de las cañerías, deslizándose en el caminito que le marca hasta decidirse a caer. Es una decisión que no tarda más de una décima de segundo, pero estoy seguro de que lo duda antes de lanzase tan osadamente al vacío. La vacilación es palpable, a mí no me engaña. El silencio vuelve después de oírla caer, el sonido no llega muy lejos, se cansa y cae como zoquete al golpearse con alguna pared, pero su eco lo reemplaza. Como si se sacara una piel horrible que al fin lo dejase libre, se me acerca. Solo a mi, si tuviese a alguien a mi lado no lo sentiría, porque no le corresponde. El eco solo me quiere a mí, pero ya estoy dormido y su agudo sobretono se cuela en mis sueños.
Por cinco noches consecutivas el problema fue el mismo, y cada vez más intenso. Por la mañana del tercer día intenté encontrar la fuente de tal disturbio, revisé cada centímetro del endemoniado baño. Nada.
A la sexta noche la gota se había transformado en un desagradable chorro. Cuando me levanté a frenarlo, cesó. Solo se veía el ridículo charco en el medio del baño. Lo sequé metódicamente sin darle más atención, pero a los cinco minutos volvió a presentarse, esta vez más intenso. Volví a levantarme y ahora con mayor prisa para evitar llegar al momento de su desaparición, pero fue inútil. Un nuevo charco imitaba mi imagen en el suelo. Esa noche terminó finalmente en paz.
La séptima noche sucedió a las anteriores sin ningún percance, al igual que la octava y la novena. Sentí que el problema de la gotera estaba finalmente solucionado, pero la décima noche llegó. Esa noche, ya seguro, había decidido practicar a Chopin, llenar la casa de una nueva vibra tras tales sucesos nocturnos. Merecía, tanto como yo, un cambio de ritmo. Ni bien comencé el preludio un "crack" agrietó el aire. Me levanté sobresaltado, corriendo hacia el baño. Un tajo se dibujaba sobre el techo, y otra incisión no tardó en seguirlo. En total dos perturbaciones rasgaban la habitación, y no tardaron en escupir un agua espesa que esquivé a tiempo. Salí del baño y cerré la puerta tras de mí. Tanteé el escritorio que estaba en la sala contigua buscando la llave, eso lo mantendría adentro. La llave apareció sin dificultad y procedí a cerrar la puerta con dos vueltas. Inspiré hondo y me alejé, con una risa alivié mi exacerbada reacción, al fin y al cabo era agua, solo agua. La risa se convirtió en carcajada, ¿en qué estaba pensando? El agua no podría hacerme nada, lo más sensato sería cubrir las aberturas y solucionar el problema por la mañana. Volví a tomar las llaves para abrir la puerta, pero un dolor en el pecho me hizo tirarlas. Oí como un vidrio se desintegraba, y sentí como con él también se escindía algo en mí, de pronto noté como mi piel se dividía por una delgadísima línea que todavía no llegaba a ver, la sabía allí, pero no la veía. La afilada abertura se alteró a todo aquello que había intentado encerrar, y ahora el agua se drenaba imparable desde mi.

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