De tanto repetir y repetir su canto, las paredes fueron cediendo hasta desintegrarse, exponiéndolo a un aire fresco y cortante. Aún sin pupilas, se levantó y comenzó a caminar. Como si nunca lo hubiese hecho, notó como su cuerpo se atestaba de sangre nueva, que comenzaba a fluir hasta su cabeza y todo su cuerpo, perforando sus ojos con unas potentes y oscuras pupilas. Las piernas delgadas apenas soportaban el trabajo, pero eso no fue obstáculo porque se vio rodeado de otros que también salían de habitaciones, pozos, y hasta llegaban a sublimarse en el aire. Sin embargo nadie se acercaba a otro, todos seguían levemente aislados intentando encajar en ese espacio inacabable, ¿intentaría entrar en contacto con los demás? ¿Era aquello algo seguro? Creyó que no, y siguió desplazándose errante sobre la fría losa. Al seguir avanzando se notaban distintas asociaciones, los entes se congregaban en grupos reducidos, completamente aleatorios, fortuitos. A su derecha tenía un cuerpo violáceo que rodeaba a otro celeste, a su izquierda dos cuerpos naranjas que se trasladaban en rectas paralelas a escasos centímetros de distancia, y atrás otros cinco, de color azul, los copiaban. Todo esto le hizo preguntarse si era correcto, o peor aún, vital el viaje en procesión. Vaciló unos minutos para su próximo accionar, hasta que decidió arrimarse a una aglutinación que no distaba de los 100 metros de su posición. Con paso dudoso se acercó a ellos y tocó a una figura blanquecina, que reaccionó con lentitud y rozó la yema de sus dedos con las suyas propias. Al sentirse incluido, una sensación de quietud lo invadió. Se quedó ahí cómodo, mientras otras figuras se aproximaban. Pensó haber encontrado lo que debía, pero inesperadamente sus roces se hicieron corrosivos, sus manos perforaban su delgada piel. No lo hacían concientemente, no tenían idea del daño que causaban, porque la luz que bañaba su cuerpo impedía ver cualquier herida. Confundido, intentó alejarse, arrastrándose entre la multitud. Lo logró con suma facilidad, pero no sintió que fuese lo correcto, no sintió que fuese lo que quería. Giró su cabeza con recelo, algunas figuras lo seguían, otras volvían a su camino y algunas ni siquiera notaron su presencia. Incertidumbre era lo único que podía sentir. ¿Qué quería? No podía saberlo, y si se alejaba mucho no iba a volver a encontrarse con esas figuras, las únicas que pudo encontrar afuera de esa habitación, las únicas que lo valoraban en ese extenso terreno plagado de figuras autistas. No se advertía capaz de distinguir sus deseos, y no llegó a ninguna otra conclusión más que permanecer estático para pensar, acompañado por esos entes. Y ellos, al alcanzarlo, lo rodearon en un círculo perfecto, retomando sus punzantes caricias...
No hay comentarios:
Publicar un comentario